25/04/2024
Opinión

La Policía Nacional: desde y para las comunidades

Con mucho agrado, vemos desde las comunidades el hecho de que se haya puesto en funcionamiento un capítulo especial del cuerpo policial, la Policía Comunitaria, dedicada especialmente a los asuntos propios de las necesidades que se expresan a lo interno de las comunidades y que en algún momento le pueden llevar a confrontar con el orden.

Antes habíamos hecho alusión a que, los motivos que justifican la existencia del cuerpo policial, hoy no son los mismos que le justificaron en el pasado. Si antes, se imponía la decisión del jefe, con razón o sin ella, hoy la Policía ha de evaluar dónde está la razón, la vedad, y actuar en consecuencia.

Ese cambio, deseado por tantos, hay que buscarlo en la academia. El policía que necesitamos debe estar formado, con un enfoque, en el estudio de la población a la que sirve; es decir, si la misión es asegurar el orden, no es posible regular el funcionamiento de algo, cuyo centro generador desconoce.

Si es así, constituye parte importante en la formación de los policías, el estudio de la sicología, sociología, antropología, historia, ética y la filosofía, mientras conservan la preparación física y las tácticas de combate, para lo inevitable que es la lucha contra la delincuencia común.

En nuestros tiempos, la Policía debe constituir un cuerpo de hombres y mujeres que, saliendo del conjunto de la población, se especializan como lo hacen los demás sectores profesionales para aportar a la sociedad en sus áreas de desempeño. En el caso de los policías, se especializan, en desarrollar la noble labor de ser vigilantes del orden público.

Esto no ocurre por el capricho de una persona o de un sector de la sociedad, ocurre porque los pueblos viven bajo la dictadura de su desarrollo histórico, a la República Dominicana le llegó el momento histórico de tener una Policía  ajustada a la realidad, en que brilla la democracia y nos coquetea el desarrollo.

El fenómeno ocurre de manera casi imperceptible, pues aunque la Policía Nacional como institución ha dado pasos hacia su transformación, la mayoría de sus miembros no han reaccionado al cambio y persiste, en ellos los patrones de la vieja cultura.

Como consecuencia, la población civil no percibe en el Policía a la encarnadura de su protección y tampoco al garante del orden público, pues su actuación no ha estado históricamente al servicio de la verdad, sino al servicio del poder tenga razón o no. Por aquello de: “Lo que diga el jefe”

Delgada y peligrosa, es la lámina que separa a la Policía de la razón (la verdad) y la fuerza (el poder), cuando esta tiene que poner en ejecución, su obediencia “al poder civil, legalmente constituido”, sabiéndose que muchos funcionarios ante su falta, a los compromisos contraídos, reaccionan incitando la actuación policial en contra de la población civil.

Estos tiempos nos llaman a una reflexión urgente, que nos conduzca a la obligatoria conclusión de que, se ha dado un cambio en el modo de relacionarnos, que ese cambio espera por nosotros y que si individual o institucionalmente, no cambiamos, nos consumirá la crisis y muchos desapareceremos.

No es solo la Policía la que debe cambiar, todos estamos obligados al cambio, porque a fin de cuentas tanto el policía como quien les manda, salen de la comunidad.

No podemos aspirar a una Policía digna de altares, mientras nosotros, como comunidad y como funcionarios, nos acomodamos en un nicho delincuencial.

Todos los elementos que provocan el accionar, que marca nuestras relaciones, tienen un origen común; la comunidad.

Es la comunidad, la que cada cuatro años, separa a los mejores de sus hijos, les convierte en funcionarios, para que tengan al alto honor de administrar lo que a ella pertenece en nombre de todos los miembros que le componen.

En ese mismo acto, las comunidades delegan en administración, el derecho a que sean nombrados y dirigidos los miembros de la policía.

Queda, entonces, un escenario claramente definido, en el que la comunidad, que es el todo, separa a dos partes de ella, a los funcionarios para asegurar bienestar y progreso, y la policía para asegurar el orden; mientras ella permanece a la espera de lo mejor de cada uno.

La Constitución de la República establece las reglas que se habrá de seguir, en esta relación, en sentido general, aún así estamos obligados a pactar, para poder desarrollar las pequeñas cosas, el día a día, de nuestras relaciones.

El pacto se constituye en el arca salvadora del orden público y debe ser gestionado, testificado, administrado y defendido por la Policía. Donde hay acuerdos, las soluciones a los problemas, se plantean en una mesa con representes, si algo falla, ese mismo espacio se presta para buscar alternativas. Si no hay pactos se abren las puertas, al desorden.

Existen dos requisito esenciales que debemos llenar para aproximarnos al orden, el primero: que tanto los funcionarios como los miembros de la Policía reconozcan de donde vienen y a quien se deben, llenado este primer requisito, podremos tener la necesaria relación horizontal, entre funcionarios, policías y comunidades.

El segundo, es actuar siempre en total apego a la verdad, pues esta es la única con capacidad de generar fuerza y razón, la fuerza amparada en la mentira es desorden. Es misión de la policía perseguirle, no importa donde se origine.

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