24/04/2024
Opinión

Yo, Clown

Empecé el año haciendo el payaso. Eso creía yo, y, por fortuna, no estuve solo. Trece personas más estuvieron conmigo en el taller de clown impartido por el argentino Víctor Stivelman en las aulas del Teatro Alternativo.

“¿Qué es un clown?”, inició Víctor su taller. Uno por uno, los participantes empezamos a definirlo. Hubo 14 definiciones distintas, tantas como personas lo intentamos.

Más que un hazmerreír, que también lo es, el clown siempre es alguien “como que…”

Nunca nada preciso, nada acabado, todo muy gelatinoso, porque ser clown es ser auténtico, en grado extremo. Ahora, ¿qué es ser auténtico? Despojado de las capas de cebolla con que la educación nos va haciendo políticamente correctos, cualquier ser humano ya es un clown, ya es auténtico. Pero despojarse, mostrar toda nuestra desnudez y humanidad es harto más difícil y retador de lo que cualquiera pudiera imaginar.

El clown, con su nariz roja, muestra su transparencia con sólo pararse frente al público, mirarle a los ojos y dejar que lo miren a sus ojos. Basta con mostrar su vulnerabilidad, con dejarse ver, en toda su ternura o en toda su agresividad, cualquiera que sea su emoción. Sin hacer nada, si no quisiera; sin inhibirse, si quisiera.

Si la autenticidad diera risa, pues, ¡qué bien!

“Como que…” ¡qué bien! también si no diera risa :)

“La gran diferencia con el payaso es que el clown no intenta hacer reír, intenta ser él mismo. La risa es sólo una consecuencia”, dice el teatrista argentino.

Ante lo escurridizo del término, Stivelman rehúye definirlo y prefiere trazar las líneas generales que demarcan lo que él llama “el territorio clown”. Allí se juntan el placer y la honestidad, en ese territorio deslindado por los tres mojones que propone el actor: un estado clown, un pensamiento clown y una conexión clown.

Un estado clown es un estado orgánico, en el que no se “actúa” sino que se es. Un estado de alerta permanente, con todos los sentidos sensibles al entorno, al que reacciona alterando un “guión inexistente”.

Cuando el clown sale a escena, sale a buscar algo que no sabe lo que es y reacciona a lo que encuentra. Como carece camisa de fuerza, lo que hace ni está bien ni está mal. Sólo es, sólo está. Si provoca risa, bien. Si no, también.

En el pensamiento clown, el individuo sigue una lógica distinta a la ordinaria. Puede ser la lógica de la ficción, del absurdo o de lo inesperado, pero nunca la lógica lógica.

Si tuviera que echar agua de una botella a un vaso, por poner un ejemplo de su lógica, el clown lanzaría el líquido al cielo e intentaría apararlo en el vaso como si de lluvia se tratara. Todo esto, por supuesto, como la acción más natural del mundo. Lo que jamás haría un clown sería la predecible y aburrida acción de echar el agua desde la botella al vaso, como nos enseñaron en casa.

En el estado y pensamiento clown el individuo desaprende cómo “debe de ser” para “aprender a ser”… clown.

 En la conexión clown, en cambio, el sujeto es más que un individuo: es él con los otros, formando una unidad indivisible, en un diálogo incesante. No se es clown solo, sino con el otro, con los otros, con el público.

En esta conexión, lo importante es plantear impulsos que se erijan en puentes invisibles entre el clown y el público, como también estar atento a los impulsos que plantea el otro para generar esos pasillos intangibles.

El clown comunica y espera respuesta. Siempre. Lanza un primer impulso, espera la reacción y a su vez responde al impulso del otro. Es fundamental darle al otro “su tiempo”, lo que supone un esfuerzo extraordinario, por la prevaleciente idea de que comunicar es informar y no tanto un camino de dos vías.

Cuando entra a escena, el clown lo hace con toda su energía emocional, entregando todo lo que pueda en ese primer impulso. Luego, pausa, espera, para escuchar las emociones del otro.

Deseoso y anhelante, el clown siempre está dispuesto y disponible para jugar el juego que el otro proponga, sin importar que no tenga siquiera una remota idea acerca de qué va la cosa.

Para el clown, los imprevistos son bendiciones. Un tropiezo, un resbalón, una caída, un golpe, una puerta que se abre, un portazo, una luz que se prende o que se apaga, un ruido que “importuna”: todos son insumos que se suman al “guión inexistente”.

Atento a lo que conecta, el clown repite, enfatiza lo que funciona, hasta sacarle el último jugo al gancho conector, pero siempre alerta a ese nanosegundo en que la atención “como que…”

El momento justo en que se capta la atención o cuando se está al tris de perderla se percibe a través de un inexplicable sentido “como que…”

Es cosa muy sutil esto del manejo de la atención en el cosmo clown, donde el artista despliega una suerte de hilos imaginarios que van desde sus ojos hasta los ojos del otro, de los otros, de todos, si es posible. Así, el clown va conquistando la atención uno a uno, uno a dos, a tres, a cuatro, sin perder nunca sus viejas conquistas mientras va sumando las nuevas.

El clown nunca pierde el contacto visual, ni siquiera en su retirada, pues su despedida va acompañada de un guiño, un gesto, una acción de complicidad entre el clown y su público. Algo así “como que…

Artículo escrito por Melvin Peña

Melvin Peña es un consultor de negocios en temas de comunicación, marketing e innovación. Ha trabajado para 25 de las empresas más admiradas de República Dominicana en 15 sectores diferentes. También tiene una amplia experiencia como consultor en el sector público, organismos internacionales y empresas multinacionales. Es presidente de la firma Comunicaciones Integradas.

Comentarios