29/03/2024
Opinión

Vidas jóvenes y sus aristas invisibles en RD (III)

Algo ha ocurrido, que nos mantiene confundidos, inmóviles, y a veces desenfocados, como familia y como autoridades, en la apreciación de las actuaciones, cargadas de anti valores, expresadas por nuestros jóvenes.

El primer laboratorio en que se procesan, analizan y desarrollan las muestras de lo que será un ciudadano, es la familia. De esto no hay espacio a dudas; por tal razón, es necesario fijar la mira en ella, ver sus carencias y procurar el requerido apoyo, para restablecer su función que es tan esencial.

Volver a las familias y rescatar los valores positivos, vale más que toda ciencia. Mejorar la materia prima, para asegurar un producto de excelencia. Si la materia prima es mala, el producto será deficiente, por mucho que mejoremos el empaque y los agregados.

La familia ha de estar sometida, a un constante proceso de aprendizaje y acompañamiento, pues cada día de este tiempo, por lo acelerado del desarrollo tecnológico, los avances en el marco de los derechos e igualdad de géneros, trae consigo nuevos desafíos, que no pueden ser enfrentados, con lo que ayer se conocía.

Las amenazas, de que protegíamos a nuestros hijos, con reclusión en los hogares, se revolucionó y adaptó al desarrollo tecnológico, de manera tan perfecta, que tiene a los padres de familia, como principales aliados. Las expresiones: “Mi hijo(a) no está en las calles, ni en casa ajena”, “En casa yo estoy para esto y la mujer para aquello”, no son válidas para estos tiempos, porque en casa, el niño(a) tiene televisión por cable e internet; por donde llega de todo, incluyendo lo bueno y por otro lado, está establecida, la igualdad de género, que equipara igualdad de derechos y deberes, entre hombres y mujeres.

Existe una legislación, especial para el menor y una conquista, en cuanto a la igualdad de géneros, que la familia aun no alcanza a procesar y que le crea peligrosas fisuras, expresadas en diferentes manifestaciones, algunas muy tragicas.

Las familias de los 60,70 y 80; no son el modelo a exhibir a la juventud, que es orientada en los hogares, de hoy. Con el tiempo y los avances, el hombre, la mujer y el ambiente que nos envolvía, en esas décadas, han sido negados, o sea no existen; desde el punto de vista del conjunto conductual y existencial que les definía. Todo ha cambiado, a la par con el desarrollo económico, científico, social y tecnológico. No podemos responder a los desafíos de hoy con las herramientas del pasado.

Si es así, no podemos aspirar a tener hijos iguales a nosotros, desde el punto de vista conductual; si nosotros no somos como nuestros padres. Tampoco son comparables, los ambientes, las tecnologías, ni el marco de derechos. Los desafíos que enfrento la familia, de ese anhelado pasado, están superados. Eso es el desarrollo.

Con todo el dolor que nos produce la nostalgia; la mujer cambió, el hombre cambió, los hijos no son los mismos; por tal razón la familia ha cambiado y como principal célula de la sociedad, arrastra a esta, también a ese cambio. Es el cambio, que no hemos interpretado y al que no hemos reaccionado más que, con el espanto, desconcierto, mal tratos y crímenes.

Hurgar en nuestra historia, reciente y de ella, rescatar los valores perennes, existentes en las familias, cuya transmisión hoy, luce interrumpida. Valores que forjaron a muchos, hombres y mujeres de bien, a lo largo de la historia; para ponerlo al servicio, de los auténticos intereses de la sociedad.

En el proceso, algo de nuestras añoranzas se perderá, como regla general, pero las conservaremos, para uso particular, para compartir con nuestros hijos y nietos. Lo que sea digno de ser parte las reglas generales, ha de ser reseñado, difundido, motivado, monitoreado y hasta exigido, en casos extremos; para todo individuo y su familia.

Desde su más primitiva existencia, la familia recibió la encomienda de proteger y dar los primeros cuidados y valores positivos, a los nuevos miembros, nacidos o no en su seno; durante su etapa de niñez y adolescencia. Superada esta etapa de su desarrollo, quedan insertados a la sociedad y se someten al régimen de derechos y deberes, vigentes en la sociedad donde vivan.

Tras milenios de desarrollo, se ha demostrado que ese papel, destinado a ser desempeñado por la familia, no puede ser delegado en ninguna otra institución social.

En el trayecto, la escuela se basto, para formar el ciudadano a que aspiraban las sociedades, las cuales ricas en valores, por los aportes de las familias, solo requerían de conocimientos científicos, para apuntalar su desarrollo y fijar la universalidad del pensamiento, de los nuevos miembros.

Mientras ese balance, entre conocimientos científicos y valores se mantuvo; todos fuimos felices, una vez roto, el balance, el desconcierto nos abate. Hoy estamos convencidos de que la falla se está originando en la familia.

El conocimiento científico colocado en una buena fuente de valores, nos produce hombres y mujeres de bien; por el contrario, ese mismo conocimiento científico, colocado en una fuente de valores negativos, nos está produciendo, hombres y mujeres, criminales perfectos. A estos últimos es preferible, negarle las ciencias; así minimizamos riesgos futuros.

No tiene sentido, una escuela chapada en oro, cuando tiene que surtirse de una familia que navega, en el estiércol. A final el producto de la escuela será brillante como el oro, pero mal oliente como el estiércol.

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