19/04/2024
Opinión

Vidas jóvenes y sus aristas invisibles en RD (II)

Debemos estar junto a las familias, como trabajadores sociales, para discutir el futuro de un/una joven, que abandono los estudios, no tiene un trabajo estable y camina junto a elementos, con antecedentes de desorden en su vida o cuyos intereses exceden los del joven en cuestión.

Debemos estar junto a las familias para discutir como incide el hacinamiento en las viviendas, la promiscuidad sexual de padres y familiares, el acompañamiento de personas sexualmente activas, en el aceleramiento del debut sexual de nuestras niñas y niños.

Debemos estar frente a las familias amonestando y entregando a niños y niñas que fueron sorprendidos en lugares de diversión, vedados para su edad o que fueron sorprendidos a altas horas de la noche o primeras de las madrugadas, deambulando en las calles.

Debemos tener presencia en el entorno de las escuelas para alejar a todo aquel que sea ajeno al proceso; hacer énfasis en salidas y entradas a las escuelas, así como, de los recorridos más concurridos seguidos por los estudiantes.

El organismo de defensa apoyado en sus trabajadores sociales debe dar seguimiento a los jóvenes desertores escolares y junto a las familias, definir y analizar, las nuevas actividades, en que estos, se ocupan.

Estamos obligados a ser generadores de espacios y actividades sanas, que absorban la atención de nuestros jóvenes, sabemos que el enclaustramiento no es una salida posible, tampoco lo es la indiferencia que les convierte en invisibles.

Hemos de abandonar, por un momento, nuestra zona de confort, de las opiniones, de los eventos, de las estadísticas y prestar atención material, a estos jóvenes que de diversas maneras claman nuestro auxilio.

Sin quererlo, en lo que tiene que ver con las complejidades, enfrentadas por nuestra población joven y adolescente actuamos como forenses, que solo analizamos los daños del pasado, sin que se verifiquen acciones concretas que prevengan esos daños.

Para prevenir, es necesario estar presente en todos los actos de la vida de nuestra población joven.

Hemos de reconocer que la base de todo el mal radica en la agonía de la familia, como institución social. Allí, donde se inicia la formación del ciudadano a que aspira la sociedad, damos muestras de que ha habido una ruptura en la cadena transmisora de los valores.

Hemos avanzado mucho en legislaciones para la protección de la niñez y la adolescencia, pero hemos descuidado a la institución que les protege de sí. La familia es a quien corresponde ese papel, pero esta no está capacitada para desempeñarlo. Las viejas usanzas, heredadas del pasado, son inaplicables hoy. La familia fue desarmada por la ley y arropada por el desarrollo tecnológico. Aún no recibe los nuevos mecanismos de mando.

Desarrollamos mecanismos legales, para proteger a los jóvenes y niños de su entorno, pero no tenemos quien les defienda de su interior, de su “yo” irresponsable. Ese papel corresponde a la familia.

La familia, como la conocimos hace unos años está en riesgo de extinción, como tal el resultado de su trabajo formativo, en valores, luce muy disminuido y a veces ausente.

Es señal de que en esta época ella necesita acompañamiento en el desarrollo de su digna labor; porque la trama ha cambiado y es necesario reorientar a los actores.

La materia prima, que está recibiendo nuestra escuela posee; mejores condiciones de salud, alimentación, vestido, transporte; también posee ventajas, desde el punto de vista de la habilitación tecnológica y herramientas para el aprendizaje. Tanto que resulta imposible, para la mayoría de los padres, dar seguimiento al proceso enseñanza-aprendizaje, en el hogar. Como dicen los jóvenes “Papi y mami están atrás”.

El gran problema de nuestros jóvenes radica, en la ausencia de valores. Sin ellos, la escuela no puede formar a un ciudadano, que auténticamente, sirva a la sociedad, como ella aspira. Para lograr que sea así, es necesario cerrar o reducir la brecha tecnológica y la brecha legal, a lo interno de la familia.

Sin que se detenga el tren del desarrollo, hay que provocar una sacudida, en la habilitación de los padres de familia, para poder encarar los nuevos desafíos que nos entregan estos días.

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