20/04/2024
Espectaculos

De niños soñamos cantar como Pedro Guerra

Pedro Guerra es la antítesis del artista que compone, produce y canta para poder vivir. Él vive para cantar. Es el eslabón perdido de la evolución: el punto donde termina lo comercial y empieza el arte, el suyo. No es el cantante. No es el artista. No es el cantautor. Es Pedro Guerra. Es quien puede darse el lujo de cruzar el Atlántico con tan solo una guitarra y un piano. ¿Para qué más?

Así regresó a República Dominicana, donde sus fanáticos –no es su público, los de su estirpe cultivan y alimentan almas perdidas que se pierden entre sus versos–, tuvieron un encuentro cercano de primer tipo. Y esto es importante, quienes llegaron tarde al Hard Rock Café pensaron que entraban a una ceremonia solemne, donde el silencio (respeto, también diríamos) solo daba paso al aplauso al final de cada canción.

Pedro, el hombre, es una persona sencilla, sin poses, que viste de negro clásico y lentes que reflejan su mirada perdida, que en el escenario camina con timidez y habla con propiedad.

A la hora señalada aparece en tarima, entona la primera canción, «Canto de trabajos», incluida en el álbum Hijas de Eva (2002), una de las viejas, seguida por «Arde Estocolmo», obra de alfarero, que da título a su disco más reciente, tan celebrado como el resto de su discografía.

Pedro narra sus historias, vive sus relatos y cuenta sus cuentos. Buen narrador. Sus canciones tienen su pasado, son producto de sus vivencias. Es generoso con el que asiste a sus recitales: interpretó 25 canciones. Como una novela que desde el principio toma al lector por el cuello, sus composiciones son capítulos inseparables, con «Márgenes» que mueven «La fe del carbonero».

En la primera parte apeló a otras tres piezas, «Quisiera saber», «Cerca del amor» y «Pasa», esa canción tan íntima y penetrante donde hay un hueco para el alma. Un cierre que dignificó su introducción, que sembró el entusiasmo en los sentidos, y muchos sintieron que su música es en esencia alimento para los dioses.

Pavel Núñez (izquierda), fue uno de los invitados de Pedro Guerra en su concierto del 24 de noviembre en Santo Domingo.

Pavel Núñez (izquierda), fue uno de los invitados de Pedro Guerra en su concierto del 24 de noviembre en Santo Domingo.

Aquí cantó «La Risa», también de su nuevo disco. Y esta es otra de sus creaciones sublimes, donde una niña comienza a reír y contagia a toda la aldea. Como en las riberas del río, siguió con «La perla», un homenaje serio y justo a los que cultivan la joya del mar.

Pedro iba entrando en calor y en confianza. Es de esos artistas con dificultades emocionales para sintonizar con el público desde el comienzo. Habló de Sabinas, de Drexler y de otros poetas tan gloriosos como él. Es cuando interpreta «A Sabicas», «Oasis», «Raíz» y «Sin puntos ni comas». Todo cantautor que se respete tributa esos signos gramaticales (nota al margen, recuerden «Márgenes») con los que subieron al Olimpo del buen arte.

En el ambiente se sentía el aire de complicidad, cuando el artista invitó a subir al escenario a Pavel Núñez, combinación moral. Cantaron «De menos» y todo pasó tan de prisa, asumió el cuerpo de «El encantador de serpientes» y reverenció la bachata del rosal, cultiva en el jardín cuidado por otro local, Víctor Víctor. Los aplausos calentaron el auditorio y el tema que cantaron juntos fue «Debajo del puente».

Pedro Guerra volvió a quedar solo en la tribuna, acompañado de su pianista. Vinieron «Deseo», «El marido de la peluquera», «Daniela» y «Otra forma de sentir». De ellas no es necesario redundar en lo descriptivo.

El Hard Rock Café Live era iluminado por «las luces del alma» y Pedro Guerra siempre se mostró a gusto con los que se comportaron y le permitieron hacer lo suyo, cantar y narrar sus cuentos. Cuando hizo «Otra forma de sentir», todos sentimos que se iba y se fue al camerino. El público gritó otra, regresó y soltó «Mujer que no tendré» y «Contamíname». Dejó el lugar contaminado del deseo insaciable que producen sus composiciones. Se volvió a ir. El público volvió a gritar, con más fuerza. Una vez más, a escena, cantó «5,000 años» y «La lluvia nunca vuelve hacia arriba». Terminó, eso pensó él y se despidió. Tuvo que regresar. Ahora sí, cantó «Esperando por mí», dijo hasta pronto y todos nos quedaremos aquí, esperándolo que vuelva. Fue cuando recordamos que de niños siempre quisimos cantar como Pedro Guerra.

Artículo escrito por Máximo Jiménez

Periodista, crítico de cine. Ex presidente de la Asociación de Cronistas de Arte (2011-2013), autor del libro «La gran Aventura de la bachata urbana» (2018).

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